La fractura metafísica según «La sociedad del espectáculo» de Guy Debord
0 “Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación”
Guy Debord; La sociedad del espectáculo; capítulo 1, tesis primera; traducción de Maldeojo para el Archivo Situacionista Hispano (1998).
La obra del filósofo francés Guy Debord (1931-1994) influyó decisivamente en las revueltas estudiantiles de mayo del 68. Las conclusiones del autor están inspiradas no solo por el marxismo clásico y Hegel sino también por las corrientes heterodoxas marxistas de la primera mitad del XX. Aún así, no es una obra “de escuela”, todo lo contrario. Guy Debord no se abisma en una simplista interpretación política, ideológica o económica al analizar la sociedad de su momento, sino que pone en evidencia que la contradicción fundamental del capitalismo postindustrial es una contradicción metafísica. Es interesante subrayar que para el autor francés la palabra “capitalismo” no solo se refiere al capitalismo occidental que tiene en las democracias liberales su manifestación política; sino que también considerará capitalista el sistema de producción autodenominado “socialista”. La URSS de su tiempo es calificada en esta obra como “capitalismo de estado”.
Aunque otros sistemas de producción usaron el espectáculo como medio para sustentarse, solo el capitalismo ha convertido el espectáculo en un fin en sí mismo. Intuitivamente entendemos lo que quiere decir este autor cuando observamos los mass media, pero el espectáculo va más allá de los medios de propaganda. En un primer momento, la realidad está mediatizada por el espectáculo hasta que finalmente, la realidad se transforma en espectáculo. Esta sería la situación en la que vivimos en la actualidad.
Considero que esta es la tesis principal del libro: la realidad ha sido degradada ontológicamente hasta transformar lo vivido en algo observado. No voy a analizar como el capitalismo consiguió esta transformación ni las consecuencias que de ello se derivan, quiero centrarme en subrayar que esta tesis de Debord es la constatación de una fractura metafísica impuesta externamente al sujeto.
En una sociedad no espectacular, el sujeto se relaciona con lo real a través, prioritariamente, de la vivencia. No siempre es así, por supuesto, pero el espectáculo forma parte de la vida del sujeto de un modo accidental y solo en momentos concretos. La asistencia a una celebración religiosa espectacular, al teatro o al circo, era un hecho puntual en el espacio y el tiempo, pero hoy todos nos hemos transformado en espectadores y espectáculos.
Cuando el sujeto vive, no separa la propia actividad de su vida. En el acto de vivir el sujeto no queda escindido del objeto sino que se integra en él sin anularse. El trabajo creador es un ejemplo: el artista recrea un objeto adoptando una posición activa en tanto que impone a lo material ciertas estructuras de su subjetividad; igualmente adopta una posición pasiva en tanto que el objeto no es mera prolongación de su subjetividad sino que se le aparece como algo ya dado. No obstante, el trabajo liberado es una actividad y no una contemplación, por esto debemos considerarlo fundamentalmente activo.
Lo que es válido para el trabajo, lo es para cualquier actividad humana viva, no espectacular. El espectáculo, sin embargo, nos impone una posición metafísica artificiosa y antinatural ya que el sujeto no actúa como sujeto vivo sino como observador o como implementador de pautas o paradigmas externos al propio sujeto. Sujeto y objeto quedan escindidos y desnaturalizados, la actividad creativa propia del sujeto es sustituida por una pseudo-actividad y un irreconocimiento del objeto que lleva aparejado la pérdida del propio sujeto como actividad viva. Este irreconocimiento de lo real, esta vida mediatizada por el espectáculo, nos lleva a que la formación de las propias estructuras del yo no partan de lo mismo sino de “lo otro”, entendiendo “lo otro” no como la intersubjetividad sino como el espectáculo, lo real fracturado.
El sujeto queda separado de sí mismo pero también del objeto. El mundo no es lo que es sino una mera representación mercantilizada. Esta separación entre el sujeto y el objeto se manifiesta como indiferencia y hastío hacia lo real pero también como violencia ya que el objeto no se entiende como algo dado sino como representación. La falta de compasión hacia los que sufren es comprensible desde esta perspectiva: los muertos en Irak o en Somalia, forman parte de un espectáculo, del mismo modo que vemos la muerte de un vietnamita en una película de Chuck Norris, contemplamos la muerte y sufrimiento de otros sujetos: una mera representación espectacular. Esa fractura entre el sujeto y el objeto se observa, también, en la distancia o violencia que adopta en hombre actual con la naturaleza. Lo natural es paisaje o recurso, algo que contemplar o algo que explotar, pero no algo en sí mismo con sentido propio, con sentido fuera del universo fracturado.
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