La pérdida de soberanía en las democracias liberales
0He tratado en un artículo anterior la idea que Rousseau tenía de la soberanía política: para el autor ginebrino, la soberanía debe ejercerla el mismo individuo y no una casta de intermediarios; renunciar a la soberanía, es decir, a la capacidad de decidir sobre los asuntos políticos que nos interesan, es el primer paso que desemboca en la tiranía. Ya comenté entonces que me resultaba irónico que un autor considerado un ideólogo de la democracia moderna, criticase con verdadera saña la manera en como las democracias liberales entienden la soberanía popular hoy.
Vivimos en sociedades denominadas democráticas en donde desde el poder político se nos vende que tenemos capacidad de decisión y libertad política. Que eso es una falsedad manifiesta no creo necesario demostrarlo, el desencanto de la población en las democracias burguesas hacia la clase política es generalizado. Pregunte a cualquiera qué opina de la clase política y obtendrá una respuesta recurrente: son chorizos, sinvergüenzas, parásitos, etc. Sin embargo, ¿qué posibilidad hay de deshacernos de este peso oneroso sobre nuestra soberanía por los “cauces democráticos y constitucionales”? Ninguno.
No obstante, si en un ejercicio de fe fingiésemos creer que existe soberanía política en el foro público, tendríamos que reconocer que en los demás ámbitos de nuestra la vida social carecemos totalmente de capacidad de decisión. Nuestra sociedad, sin embargo, es coherente, y la imposibilidad de participar en lo político tiene su reflejo en la sociedad civil, en donde el individuo carece también de la oportunidad de decidir por sí mismo. La estructuración jerárquica del poder se extiende a todos los ámbitos de la sociedad.
El niño aprende los hábitos de la sumisión desde la escuela en donde la voz del maestro es ley. No existe vida democrática ni el concepto de deliberación colectiva, el docente decide todo lo decidible y sus decisiones tienen carácter inapelable. Esta autoridad del que enseña será común a todo el sistema educativo, la obligatoriedad de la asistencia también (ahora con el Plan Bolonia hasta en la Universidad se pasa lista para controlar la asistencia). Aunque la figura del maestro no es idéntica a la del alumno (uno debe saber más de algo que alguien para poderse establecer una relación de maestro-alumno), también es cierto que la autoridad como atributo unipersonal y la estructuración rígidamente jerárquica de la escuela no son premisas carentes de sesgo ideológico. Como han demostrados otros, es posible otro modelo educativo.
Cuando la escuela nos ha adiestrado durante nuestra infancia en la sumisión, entramos en el mercado laboral. La figura de autoridad del maestro es sustituida por la figura del patrón, empresario o jefe del que dependerá el sustento de nuestra familia. El trabajador debe “tragar” las directrices de su amo o, si no, verse expuesto a la indigencia. Por supuesto, el obrero carece de capacidad de decisión en la empresa, a no ser que la que el patrón le otorga si es su capricho. De nuevo, nos parece que es imposible otro tipo de relación laboral en donde no entre en juego la sumisión a un superior y en donde el obrero sea a la vez director de su trabajo, sin embargo, las experiencias cooperativistas muestran que sí es posible otro modo de entender las relaciones laborales.
La sumisión al maestro, al jefe, a la policía, a las periódicas crisis económicas que nos golpean, y al poder del estado son unas de las muchas formas en las que renunciamos a la capacidad de decisión, renunciando a la soberanía en aras de la comodidad o el conformismo. Lo he dicho en otros foros y lo digo aquí, llegará un día en el que nuestros descendientes vean la relaciones de dominios en nuestras democracias con el estupor y el asco con el que nosotros vemos la esclavitud de las sociedad antiguas.