La quietud: estabilidad y tránsito
0“Bajo el arco de las hayas la luz se ha profundizado y su fijeza, sitiada por las sombras convulsas del follaje, es casi absoluta. Al verla, yo también me quedo quieto. Mejor dicho: mi pensamiento se repliega y se queda quieto por un largo instante. ¿Esa quietud es la fuerza que impide huir a los árboles y disgregarse al cielo?”
Octavio Paz; El Mono Gramático; capítulo dos.
¿Qué es esa quietud que da por supuesta el filósofo mexicano en el fragmento que compartimos hoy? Explicar la quietud con meras palabras es tan imposible como explicar cualquier otra experiencia humana. ¿Cómo podríamos hacer entender a otro hombre la sensación de dulzura de una onza de chocolate derritiéndose en la boca si ese hombre nunca la ha experimentado? La palabra, mero disfraz de lo verdadero que encubre, evoca e insinúa más que dice.
La quietud a veces buscada, a veces sobrevenida. Sentados en el campo al anochecer miramos el firmamento y quedamos en silencio. Nuestros pensamientos desaparecen y los problemas se desinflan… estaticidad, eternidad, insignificancia… también paz. La quietud de lo distante, de lo frío y de lo ordenado. Quietud que fascinó a los antiguos griegos, fascinación que los empujó a construir un mundo inmutable, tolemaico, de estrellas fijas y etéreas… un mundo que no existía más allá de su imaginación. Cuando la quietud deja de ser ella misma buscamos una justificación que degenera, irremisiblemente, en un enigma que, con apariencia de seriedad, no es más que un nuevo juego, exhibición de nuestra soberbia impotente.
Podríamos decir, o no, que Occidente ha permanecido fascinado desde la antigua Grecia por la quietud de las estrellas. Confundimos el cosmos con nuestro espíritu y pensamos que la quietud de nuestro corazón solo podría nacer de la limpidez, del orden y de la estabilidad. Quietud en la noche, búsqueda de la luz perenne y estática, anhelo condenado a fracasar por su propia parcialidad. Estrellas fijas o mecanicismo laplaciano ¿qué más da? Sueños que ayer fueron verdades y hoy mentira, quizás mañana volverán a ser lo que eran y son, solo sueños.
Pero no solo hay quietud en las lejanas e imperturbables estrellas, también la hay en la fragilidad de una flor de cerezo y en la forma como caen sus pétalos cuando el viento los fustiga. También hay quietud en los reflejos del sol sobre la corriente de un río impetuoso, quietud que pasa, que se transmuta y cambia. Quietud que es movimiento, cercanía y delicadeza tanto como puede ser estaticidad y lejanía de estrellas.
“La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Constante ir y venir: la sabiduría está en lo instantáneo. Es el tránsito. Pero apenas digo tránsito, se rompe el hechizo. El tránsito no es sabiduría sino una simple ir hacia… El tránsito se desvanece: sólo así es tránsito.”
Octavio Paz; El Mono Gramático; capítulo dos.