Las causas del terrorismo
4Aunque en la Europa desarrollista nos conmocionemos de cuando en cuando por algún acto terrorista ocurrido dentro de nuestras fronteras, el terrorismo es un fenómeno global con una larga y lamentable trayectoria a sus espaldas. Las pautas que adoptamos tras un ataque terrorista, cuando consideramos que nos atañe, son siempre las mismas: durante algunos días los medios de masas transmiten discursos de repulsa, amenazas de golpear más fuerte, sentimentalismo ramplón adobado con chovinismo y anuncios sobre nuevos recortes en libertades civiles para garantizar nuestra seguridad. Al poco, olvidamos lo ocurrido y retornamos a la plácida comodidad sin que se haya planteado en ningún momento un análisis sosegado de las causas subyacentes al fenómeno terrorista más allá de alguna diatriba xenófoba o simplona.
En los momentos más intenso de esas descargas emocionales colectivas que se producen los primeros días tras los ataques, plantearse las circunstancias sociales o geopolíticas que pudieron motivarlo se considera poco menos que frívolo o como un intento de justificar la barbarie de los atacantes. Perdido en la marabunta de eslóganes, bravuconadas y condolencias el raciocinio enmudece y tras el espectáculo televisado nuestras sociedades continúan igualmente ignorantes de las causas que motivaron la crueldad de los atacantes.
El terrorismo es un fenómeno complejo y, por tanto, tiene múltiples causas. Los factores socioeconómicos son importantes pero no determinantes como causa del terrorismo. Para centrarnos en la actualidad, es de sobra conocido que numerosos yihadistas fanatizados provienen de entornos socioeconómicos degradados. ¿Por qué esto es así? Un terrorista no es solo alguien que desprecia la vida de los otros sino, por extensión, también la suya propia; si alguien carece de los medios materiales necesarios para desarrollarse personalmente será más fácil que sacrifique su existencia en pos de una quimera ideológica o que se autoconsuma en el odio y el falso poder del que le dota el uso de la violencia. Una vida desesperada lleva a acciones desesperadas. Hace casi dos mil quinientos años Aristóteles subrayó la importancia de extender un mínimo de riqueza en la mayor parte de la población de una polis para garantizar la paz social, a día de hoy seguimos sordos ante esa evidencia.
A nadie se le escapa el enorme problema social que representan los suburbios marginales en donde decenas de miles de ciudadanos viven guetificados en condiciones humillantes; los pequeños hurtos, el trapicheo de drogas, el vandalismo y, finalmente, el terrorismo son síntomas, igualmente, de esa marginalidad. Es lamentable que cuando se plantee combatir el terrorismo se subrayen siempre dos líneas: el de la inteligencia policial, aparejada a un mayor control del estado sobre nuestra información e intimidad, y el de los “ataques preventivos” a países señalados como focos terroristas. Cuando está sobradamente constatado que los focos de terrorismo yihadista actuales se encuentran en los guetos de Europa ¿por qué a ningún “estadista” se le ocurre combatirlo con un plan social integral?
Cualquiera sabe que es mejor prevenir una enfermedad que curarla, el problema es que el trabajo social que prevendría el terrorismo y la delincuencia en los barrios marginales no puede ser computado estadísticamente. Es decir, si desarticulamos un comando o grupo de reclutamiento vemos manifiesto el éxito de la acción policial, sin embargo invertir en bibliotecas, comedores, centros de formación, etc. para conseguir que los jóvenes de las clases más desfavorecidas se sientan integrados en el proyecto europeo no tiene trascendencia mediática alguna; además, las acciones sociales preventivas contra el terrorismo y, en general contra la marginalidad, que iniciemos hoy no tendrán resultados inmediatos y desde luego ningún rédito político en las próximas elecciones generales.
Algunos portavoces del racismo soft refutan los anteriores argumentos sosteniendo que, al fin y al cabo, son los inmigrantes y sus hijos los que tienen que hacer el esfuerzo de integrarse en nuestras sociedades y no al revés. El culpabilizar a quien se encuentra en una situación de debilidad de su propia debilidad es una herramienta psicológica habitual y denota estrechez en la mirada y falta de empatía. Pero no es solo por utilidad social o por sentimientos humanitarios por lo que estamos obligados a esforzarnos en integrar a las minorías en nuestras sociedades; a aquellos cínicos que ladran “¡qué se integren ellos!” habría que recordarles que muchos de los ciudadanos que viven en guetos marginales provienen de países que los europeos ocupamos y sometimos políticamente bajo la bandera del colonialismo. Por consiguiente, si no evitamos la pobreza de los suburbios en las ciudades europeas por humanidad ni por prevenir focos de inestabilidad social, deberíamos hacerlo como justa compensación por nuestro pasado colonial.
Lo que vale para Europa es válido también para el resto del mundo. La devastación social que Occidente ha propiciado en Oriente Medio y África, es lo que nutre a las organizaciones terroristas de jóvenes desesperanzados y sin futuro.
Pero afirmar que la causa socio-económica es la única que genera este fenómeno que estamos analizando es simplista. El grueso de los miembros de estas organizaciones criminales provienen de entornos marginales o cuasimarginales; pero no es menos cierto que numerosos líderes terroristas provienen de familias con una situación económica desahogada. Además de la marginalidad social, la percepción, real o imaginada, de una injusticia siempre está detrás de un crimen terrorista. Mientras que está claro cómo podemos prevenir la marginalidad para atajar el terrorismo, es más complejo saber cómo podemos combatir las causas políticas del terrorismo. A principios de este año se atentó contra la revista satírica Charlie Hebdo bajo la excusa de que había publicado una caricatura de Mahoma; la semana pasada, en Colorado, una clínica abortista fue atacada por un militante antiabortista; en 2011 Anders Breivik, fundamentalista cristiano, masacró a 77 personas como denuncia al multiculturalismo que según él se estaba implantándose en Europa. Con estos ejemplo quiero mostrar que cuando alguien tiene la determinación de convertirse en un asesino cualquier excusa es buena para cometer un acto criminal. Cambiar nuestras costumbres o nuestra política exterior para adaptarla a los caprichos de los terroristas no es un sistema válido para evitar ataques en el futuro sino acicate para nuevas exigencias.
No obstante y aún cuando es innegable que “lo injusto” tiene un carácter marcadamente subjetivo, también es igualmente cierto que nuestras sociedades cometen atropellos manifiestos contra otros pueblos del planeta con la aquiescencia o, cuanto menos, la indiferencia del grueso de la población. Tras los últimos atentados de París a los voceros del sistema les ha faltado tiempo para elaborar grandilocuentes discursos sobre cómo los yihadistas atacaban a una Europa pura e inocente defensora a ultranza de los valores humanitarios y la tolerancia. Algunos de estos portavoces asalariados llegaron a proclamar la necesidad del “rearme moral de Occidente”. No sé lo que tendrán en mente los oradores periodísticos pero para mí ese rearme solo será posible cuando nuestros países consideren tan inhumanos y moralmente repugnantes a los terroristas que entran en un estadio de fútbol a asesinar inocentes como a los altos mandatarios que iniciaron una guerra criminal en Irak o a los que, a día de hoy, continúan manteniendo relaciones diplomáticas con estados terroristas como el de Israel. No tendremos superioridad moral ante el Estado Islámico mientras que hipócritamente nos escandalicemos de que despeñen a homosexuales en Siria pero no en Arabia Saudí; que condenemos la falta de derechos humanos en un país musulmán pero no rompamos lazos de cooperación internacional con un país como EE.UU. que ha utilizado suelo europeo para cometer torturas y someter a nuestros propios pueblos a espionaje. Como dije, una mente trastornada siempre encontrará excusa para matar y eso es inevitable, pero una sociedad que es indiferente a la tortura y que fomenta guerras ilegitimas actúa farisaicamente cuando condena en otros la inhumanidad en la que ella misma cae.
El tercer factor a tener en cuenta como causa del terrorismo es el ideológico entendido como un factor psicológico antes que político. Los pretextos políticos para matar son innumerables, la credulidad de esos pretextos está sostenida ideológicamente pero, así mismo, la creencia en esa ideología tiene motivos psicológicos. Asumir una ideología fanática está sustentado, generalmente, en una personalidad débil que busca en lo externo a sí, i.e. lo ideológico, la fortaleza que no encuentra interiormente. La ideología es también instrumento de autoafirmación que aunque banal seduce a personas vitalmente frustradas. Son ya auténticos estereotipos los terroristas que con ojos tranquilos y falsamente humildes se autoproclaman defensores de la verdad y la justicia; que consideran que el sacrificio de su vida manifiesta ante el mundo su superioridad moral o espiritual. Amparados por esa falsa superioridad cometen crímenes contra sus semejantes al cobijo de ideologías enaltecedoras de la muerte. Unos buscan la fama y el reconocimiento social con el trabajo y el fomento del crecimiento propio y ajeno; otros participando en un reality; los terroristas, bajo el altisonate manto de una ideología, no dejan de buscar lo mismo: su autoafirmación social y el reconocimiento de los otros aunque de un modo que nos resulta torcido y es, desde luego, pernicioso para el resto del conjunto social. Como Eróstrato, aquellos que no pueden alcanzar la fama en la creación la buscan en la destrucción y la muerte. Contra esta causa psicológica del terrorismo poco se puede hacer aún cuando en ocasiones es dependiente de factores socioeconómicos tales como los analizados al principio de este artículo.
Otros artículos con análisis divergentes al aquí planteado:
http://rebelion.org/hemeroteca/opinion/040325hv.htm
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/causas-efectos-terrorismo_78827.html
No sé cual es el terrorismo del Estado de Israel.
Lo podría aclarar?
Tomo las palabras subrayadas por Aristoteles y le sumo las de Jesús en defensa del prójimo y de la paz social. Este último, para mí, el mejor y más grande político de toda la historia de la humanidad.
Excelente artículo. A mi juicio le faltó analizar aspectos de vital importancia para intentar acercarse aún más a las causas del «terrorismo». Debió comentar sobre los que se distinguen entre un acto aislado en el tiempo como por ejemplo fue el asesinato en 1914 del Archiduque de Austria y los «kamikazes» japoneses durante la segunda guerra mundial o los movimientos políticos conocidos con los nombres de Stern e Irgun durante el período del Mandato Británico en Palestina y los recientes en y provenientes del mundo Islámico.
Los primeros, por muchos y por mucho tiempo, fueron considerados actos de «heroísmo» patriótico de hecho «mártires» de una causa nacional en tanto que los últimos tienen un carácter militar – literalmente convertidos en guerras y financiados por diversos Estados – los que tienen de común sus interés por convertirse en poder hegemónico de una región, en su mayoría, en el Oriente Medio en tanto que los «ejecutores» de sus designios son grandes grupos fanatizados con una mezcla de conceptos como la pureza de una religión religión, el nacionalismo, las ideas mesiánicas así como las revanchas anti-colonialistas, etc.,
Para analizar las causas generales del terrorismo no me pareció necesaria la distinción que hace aunque admito que es pertinente diferenciar esos dos tipos de terrorismo. Efectivamente, podemos distinguir al terrorista que comete su crimen individualmente sin conección directa con una agrupación ideológica y el terrorismo que es amparado por una comunidad de «fieles» o nación. Lo interesante sería reflexionar sobre si las motivaciones del individuo concreto son diferentes en un tipo u otro de terrorismo; ese tema se me escapó en el artículo aunque creo que en ambos tipos de terrorismo se dan las mismas causas aunque en diferente grado.
Gracias por comentar