Lo superficial, la cultura y el sistema de libre mercado
3 Una de las críticas más usuales al actual sistema político hegemónico es que potencia la superficialidad y el consumo innecesario. Observando los medios de propaganda capitalistas no podemos menos que constatar que es cierto que las actuales pautas de consumo obedecen a motivaciones cada vez más superficiales: un snack para comer entre comidas, una crema hidratante para después de la ducha, un condón con sabor a frambuesa… Es evidente que muchos productos anunciados por los medios de masa no son de primera necesidad.
Sin embargo, si analizamos al resto de culturas, especialmente a las llamadas primitivas, observamos el mismo hecho: lo superficial ocupa una enorme fuerza de trabajo e interés psicológico de las tribus, de tal que manera que pinturas, adornos, danzas, ritos, juegos, consumo de drogas, etc. podemos decir que existen en casi todas las culturas. Al preguntarnos si estas actividades son necesarias para la supervivencia estrictamente biológica de la tribu debemos responder que no.
Comida, cobijo y posibilidad de reproducción son los elementos imprescindibles de todo grupo humano. Pero estos elementos permiten la supervivencia biológica del hombre, no su vida cultural. Los elementos básicos para la supervivencia biológica son la condición de posibilidad de la cultura, pero no la cultura misma. La cultura empieza cuando el acto natural de recoger o cazar es ritualizado, el hombre construye un mundo simbólico que crea necesidades simbólicas pero que por sí mismo no le va a proveer objetivamente de los recursos para su supervivencia biológica, aún cuando debamos admitir que el universo simbólico facilite la obtención de recursos vitales al ritualizar pautas adaptativamente útiles.
El excedente, lo superfluo crea la cultura y en tanto que el hombre es un animal cultural, lo superfluo construye al hombre.
Una vez instituido y refrendado por la cultura, lo superficial acaba transformándose en necesario o, incluso, en imprescindible, llegándose a olvidar el carácter culturas de esa necesidad.
El problema del capitalismo no es, por lo tanto, lo superficial, ya que ello es lo que construye a todas las culturas, sino más bien el hecho de que el capitalismo haya asociado lo superficial con lo efímero en la construcción de roles sociales. Toda sociedad reparte una serie de cartas que son los roles posibles; simplificando, en la edad media, por ejemplo, existían los roles de noble, clero, campesino, artesano y mercader. Nadie puede construir su identidad en una sociedad más allá de los roles que esta sociedad propone, porque situarse “fuera de la sociedad” es ya situarse en contra de los roles propuestos, es decir, situarse en contraste con los roles propuestos, como mera antítesis que reflejaría invertidos los roles hegemónicos. El capitalismo, obviamente, también propone roles, sobre todo a través de la TV, pero su particularidad es que ha hecho de la creación y el reforzamiento de los roles una autentica industria que mueve su sistema de producción e incentiva un consumo incesante, ya que el reforzamiento de los roles puede implementarse hasta el infinito.
Viajes, gafas de sol, coches, ropa, música o libros, definen al consumidor: no es lo mismo viajar a Cuba que a Cancún, un viaje refuerza un rol y otro otro. El consumo de productos alimenticios, incluso, refuerza los roles. La música que se escucha, los diarios que se leen, la televisión que se ve, o los libros que se compran ayudan al hombre actual a construir su identidad social que está construida, precisamente, bajo la necesidad de un continuo apuntalamiento, la necesidad de un continuo reforzamiento en el consumo.
Toda cultura se construye sobre lo superfluo, pero el capitalismo ha desplazado las necesidades básicas (hoy tecnológicamente cubiertas en los países ricos) y ha convertido el mercado superficial de reforzamiento de roles en el motor de la economía. Mientras que otrora uno nacía noble o plebeyo, amo o esclavo, en el capitalismo liberal el rol social se adquiere en el mercado de bienes de consumo efímeros. La consecuencia es evidente: un radical debilitamiento de la personalidad y de las estructuras del yo, toda vez que nuestro rol social, sea cual sea, se asienta en bases movedizas determinadas por las necesidades del mercado.
imagen encontrada en: http://facilpensardificildecir.blogspot.com.es/2010/11/la-sociedad-del-siglo-xxi.html
Sugerencia
Interesantisimo este artículo, te sugiero que leas -si no lo has hecho ya, lo cual es muy posible – «No logo» de Naomi Klein, una luchadora social, estudiosa del fenomeno de la enajenacion capitalista, este libro sobre todo se centra en el proceso de desarrollo de las «marcas».
Gracias por tu comentario. Conozco el libro al que haces referencia pero aún no lo he leído, lo incluiré en la lista de pendientes
salud
La cultura procede de lo simbólico, pero no de lo superfluo, El excedente capitalista no es cultura, pero el símbolo del interés compuesto puede que lo sea, El actual consumo superfluo es causado por la necesidad simbólica de la realización de renta del capital, Que el capital deba crecer es un ideal arbitrario, por así decir, y por ello se crean las técnicas publicitarias y psicológicas para generar consumo y comercio, Entonces el problema del consumo no está en el consumo sino en lo que está detras: la necesidad de rentabilidad del capital, dicha necesidad lleva a pensar que hay límites para dicho crecimiento, que matemáticamente llegará a haber algún día un punto después del cual el crecimiento será imposible por causas extrasimbolicas, o sea: choques materiales, reticencia humana a seguir consumiendo,