No Logo: Sin Logo
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En esta cuarta y última parte del libro “No Logo: el poder de las marcas”, Naomi Klein analiza las nuevas formas de lucha contra el imperio de las empresas transnacionales. La autora canadiense pone como ejemplo de estas luchas el repudio a las grandes marcas; el interés de estas empresas comerciales por visibilizarse las ha puesto en primera linea de fuego en el enfrentamiento entre los plutócratas y los que proponen un sistema económico y político alternativo.
El cartel publicitario omnipresente es retocado, objeto de mofa y de agresión. Los simples bigotitos y cuernos que dibujábamos en el rostro de un famoso en el periódico cuando éramos niños, se ha desarrollado y ahora utilizamos los mismos logos que los capitalistas para enviar un mensaje totalmente diferente. Joe Chemo, el camello de Camel, aparece descontextualizado gracias a los contrapublicistas y adquiere un nuevo sentido: ya no va velozmente en un descapotable mientras fuma sus cigarrillos, ahora descansa en una cama del hospital enfermo de cáncer de pulmón. Esta táctica de variar el mensaje retocando mínimamente o utilizando los iconos de una marca, ha evolucionado rápido; la contrapublicidad no solo ataca a las empresas transnacionales, también ataca los mensajes “bien intencionados” del estado: en España, sometida a recortes sanitarios de terribles consecuencias, la contrapublicidad ha retocado el mensaje que el ministerio de sanidad imprime en los envases de tabaco “Fumar mata” y lo ha dejado en “Los recortes en sanidad matan”, respetando el formato y letra del mensaje original.
Los publicistas intentan convertirnos en meros espectadores pasivos de la acción, la contrapublicidad se apropia del símbolo corporativo, lo deforma y recrea; liberándose, de este modo, de la violencia mental que genera una publicidad invasora de todo espacio público y privado.
“…la proliferación de las «plazas» semipúblicas de los centros comerciales y las supertiendas ha creado cada vez más espacios donde los únicos anuncios permitidos son los comerciales. La causa de los rompeanuncios gana aún más urgencia por su convicción de que la concentración de medios en pocas manos ha logrado devaluar el derecho a la libre expresión al separarla del derecho a ser escuchado.
Todas estas fuerzas están reuniéndose y creando un clima de desagravio semiótico. Cada vez más militantes piensan que ha llegado el tiempo de que el público deje de pedir que queden espacios sin dueño y que comience a apropiarse de ellos. La piratería publicitaria rechaza de plano la idea de que el marketing debe ser aceptado pasivamente como un flujo unidireccional de información sólo por el hecho de que paga los espacios públicos.”
KLEIN; Op. cit.; p. 399
Sin embargo, muy pronto el marketing ha conseguido rentabilizar el “antimarketing”. Ya se puede comprar en muchas tiendas de las grandes ciudades camisetas con anti-logos críticos con respecto las empresas transnacionales o grupos ideológicos; el consumo de esos productos pseudo subversivos, como la camiseta con el Che, supone la mercantilización de la militancia. Un antisistema también puede ser cool. La disidencia, de este modo, se convierte en un negocio y tal situación parece querer decirnos que toda resistencia es inútil, cualquier mensaje revolucionario puede ser absorbido y rentabilizado por el capitalismo. Pero ¿realmente es así? Contra el consumismo de las marcas no cabe oponer el consumismo de las anti-marcas; cabe construir mensajes radicales y cambiantes que sean inasumibles por el sistema. Nuestro sistema económico puede asumir muchas formas de consumo, tanto vale el consumo de marca como el de anti-marca, lo que no puede asumir es el no consumismo, la indiferencia ante la publicidad. Por esto, la estrategia antipublicista más inaceptable de todas por el sistema, no es la que usa o recicla el logo sino la que lo destruye o lo ignora.
Otro modo de militancia contraria a la globalización de las desigualdades han sido los movimientos de recuperación de las calles. Fiestas cívicas, planificadas o espontáneas, que cierran al tráfico céntricas avenidas; intervenciones u ocupaciones artística del medio urbano; o acampadas como la del 15-M en Madrid, son ejemplo de un nuevo activismo que pretende recuperar las calles para ejercer la ciudadanía, el debate o, sencillamente, vivir. Las críticas de algunos comerciantes a estas prácticas, pues creen que tal ocupación de la urbe perjudica las ventas de sus negocios, pone el dedo en la llaga y nos señala el mensaje esencial de estas ocupaciones: la calle es un sitio en donde se vive y se convive, pertenece a todos y no solo a los mercaderes y a la publicidad.
Sin embargo, también desde el consumo surgen nuevos modos de militancia contra la globalización. Hoy todos sabemos que muchos productos que consumimos han sido fabricados gracias a la explotación sobre otros hombres. Cada vez más gente asume como una responsabilidad propia conocer el modo, sitio y circunstancias como ha sido producido los objetos que consume; así el consumidor deja de ser un elemento pasivo que actúa según los dictados de la publicidad e investiga y contrasta la información que le llega para consumir responsablemente. Pero ¿es suficiente esta militancia de “cesta de la compra”? El consumidor activista entiende que no cuando comprueba la connivencia entre las empresas transnacionales y regímenes políticos opresores. El caso de Ken Saro-Wiwa, un sacerdote y ecologista nigeriano que fue encarcelado y asesinado por su gobierno porque luchaba contra los efectos de la extracción de petróleo por parte de la empresa Roya Dutch/Shell en las tierras de su pueblo, abrió la mente de muchas personas preocupadas por el respeto de los derechos humanos. Pronto se comprendió que la lucha contra la explotación laboral en los países en vía de desarrollo era una cuestión política.
Gracias a esta toma de conciencia se empezaron a promover campañas municipales para que distintos ayuntamientos dejaran de tener relaciones comerciales con países y empresas que perpetuaran la opresión. Los individuos no actuaban aisladamente sino que se unían para dirigir la política de su comunidad, que podía ser tanto un ayuntamiento como una universidad, por unos derroteros más éticos. Las distintas comunidades se preguntaban ¿por qué debemos tener relaciones comerciales con empresas que han trasladado sus infraestructuras productivas desde nuestros pueblos y ciudades a países poco respetuosos con los derechos humanos? En un mundo globalizado, ¿podemos ser indiferentes al sufrimiento de otros pueblos por alejados que estén? ¿Nuestra indiferencia, no es un apoyo implícito a la conculcación de derechos humanos y civiles básicos? Estas preguntas implicó a mucha gente en políticas locales con miras internacionales, además se empezaban a conseguir victorias parciales y algunas empresas comenzaron a adoptar políticas comerciales más transparentes. Era un camino tan prometedor que no podía permitirse, en abril de 1998 el Consejo Nacional de Comercio Exterior de Estados Unidos de América, sostuvo la inconstitucionalidad de las leyes locales que defendiesen el boicot al comercio con empresas que apoyasen el régimen tiránico de Birmania. Meses más tarde su queja fue admitida bajo el argumento de que era inconstitucional interferir en la potestad del gobierno nacional para decidir sobre cuestiones de política internacional. Otras sentencias del estilo ahogaron este prometedor camino pero fomentó que muchas personas comprendieran la estrecha relación entre sistemas políticos opresores y la política comercial y económica internacional.
“La conducta de las multinacionales es sencillamente un subproducto de un sistema económico general, que ha ido destruyendo firmemente casi todas las barreras comerciales contra la inversión y la externalización. Si las empresas hacen tratos con dictadores brutales, ponen en subastas las industrias y pagan salarios con los que no se puede subsistir, es porque nuestras normas comerciales internacionales no les prohíben hacerlo.”
KLEIN; Op. cit; p.589
Por esto la autora considera que el enfoque fraccionario, es decir aquel que se empeña en mejorar las condiciones laborales de una empresa o la explotación laboral en una fábrica, no es suficiente. Los problemas laborales no tienen ya naturaleza local ni, tan siquiera, nacional; las políticas con respecto al mercado de trabajo de las empresas transnacionales afectan a todos los ciudadanos del mundo, sobre todo en tiempos como los actuales en donde cada vez más países implementan las mismas legislaciones laborales que las grandes corporaciones han defendido en los países pobres en donde han ubicado sus centros de producción. Especialmente acertado me parece las últimas reflexiones de la autora sobre internet como instrumento de esta nueva militancia global; la lucha se fracciona pero en una pluralidad interconectada horizontalmente. Ya no hacen falta grandes inversiones en infraestructuras, con internet la comunicación y el mutuo reconocimiento entre colectivos repartidos por todo el mundo está a la mano de cualquiera. Y una de las primeras conclusiones que nos permite sacar esta nueva intercomunicación es que los distintos individuos y pueblos del planeta, por muy diversos que sean entre ellos ideológica o culturalmente, tienen algo en común: los mismos amos.
La militancia a finales del XX empezó siendo anti-global y acabó por transformarse en “alternativa”. El rechazo a la explotación laboral, a las corporaciones que hacían tratos con tiranos, a la degradación del ecosistema mundial, etc. hizo que los activistas, y buena parte de la población, tomaran conciencia de la fuerte retroalimentación que existe hoy entre el poder político y económico que, en muchas ocasiones, son indistinguibles. Esta toma de conciencia permitió que el modo de organización de los militantes contrarios a la globalización de la tiranía, dejara de ser solo un modo de organizar la lucha y se convirtiera en una propuesta consensuada para construir una auténtica democracia política y económica.
“[…] la alienación de las instituciones globales no es más que el síntoma de una crisis mucho más general de la democracia de representación, donde el poder y la toma de decisiones se han ido delegando en puntos cada vez más alejados de los lugares donde se sienten sus efectos. Cuando se establece la lógica de la “talla única”, enseguida se produce una homogeneización de las opciones políticas y culturales que conduce a la parálisis cívica y a la falta de participación.
Si la centralización del poder y la toma distante de decisiones se están erigiendo en los enemigos comunes, también se está generando un consenso en torno a la idea de que la democracia de participación en el ámbito local –a través de sindicatos, barrios, ayuntamientos, granjas, aldeas o gobiernos indígenas autónomos- es el punto de partida idóneo para desarrollar alternativas. El tema común es un compromiso general con la autodeterminación y la diversidad: la diversidad cultural, la diversidad ecológica e incluso la diversidad política. […] Lo que parece estar surgiendo de una forma orgánica no es un movimiento a favor de un solo gobierno mundial, sino la visión de una red internacional cada vez más interconectada de iniciativas muy locales basadas en la reclamación de espacios públicos que, mediante unas formas participativas de democracia, sean más responsables que las instituciones corporativas o estatales. Si este movimiento tiene una ideología, ésta es la democracia, pero no sólo en la cita con las urnas, sino entretejida en todos los aspectos de nuestra vida.”
KLEIN; Op. cit.; p. 635
Tercera parte de No Logo: Sin Trabajo.
Enlaces de las fotos:
http://www.burbuja.info/inmobiliaria/temas-calientes/303235-recortes-sanidad-matan.html
muy buen texto, extenso pero muy bien explicado todo.