Relación entre bondad, libertad política y progreso en Nicolás Maquiavelo
1Es indudable que la Iglesia y los poderosos de su tiempo fueron capaces de percibir el riesgo que para sus privilegios suponía un pensamiento tan penetrante y sutil como el del florentino Nicolás Maquiavelo. De hecho, vencieron en la guerra de propaganda que emprendieron contra la verdad y aún hoy en día muchos ignorantes califican a este filósofo como “defensor del despotismo”.
Esta interpretación solo es sostenible tras una lectura superficial de “El Príncipe” (1513). Si alguien al leer esta obra analiza con un poco de atención el uso de ejemplos, los paralelismos, la crudeza en la descripción de los príncipes y el sentido explícito que el florentino le da a este libro, debe concluir que Nicolás Maquiavelo era escéptico, como poco, sobre la idoneidad del principado como forma política.
Sin embargo, incluso para el lector menos atento, es evidente que en su libro “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” (1512-1517) Maquiavelo proclama su desprecio hacia el principado, al que considera un sistema político claramente inferior a una república dirigida por el pueblo.
En el artículo de hoy y basándome en esta obra quiero mostrar la estrecha relación que existe para nuestro filósofo entre moralidad y organización política. Contrariamente a lo que se enseña y publicita, Maquiavelo considera que la “bondad y religiosidad” del pueblo están estrechamente relacionadas con el progreso político.
En sus Discursos, Maquiavelo tomando como ejemplo la vida política de la Roma republicana retratada por Tito Livio, analiza los principios básicos de la vida cívica, su corrupción y las motivaciones de los poderosos. Así en el capítulo 55 del primer libro de esta obra, el florentino pone como paradigma de bondad ciudadana el comportamiento de los antiguos romanos y de los alemanes de su tiempo a la hora de cumplir con sus obligaciones fiscales. En las repúblicas alemanas, que el italiano conoció de primera mano por su trabajo como diplomático, los encargados de recaudar los impuestos estimaban el tanto por ciento que cada ciudadano debía pagar; hacían jurar a los contribuyentes que darían ese dinero y acto seguido ellos mismos depositaban en una caja lo que en conciencia creen que deben pagar. De esta manera se obtenía el suficiente dinero para acometer las obras estipuladas.
Este modo de comportarse, idéntico al de los romanos según nos narra Tito Livio en los capítulos 21-25 de su quinto libro sobre la historia de Roma, es ejemplo de tal virtud cívica y religiosidad que el florentino no les encontraba parangón en su época. Interesante la asociación directa que hace aquí el filósofo entre cumplir con los deberes tributarios y la virtud moral pero no es una asociación casual. Cuando los ciudadanos viven en libertad y, por tanto, pueden decidir el uso que se le da a sus impuestos, ellos son los primeros interesados en contribuir económicamente al mantenimiento de la vida ciudadana. Solo en sociedades de hombres corruptos o en aquellas en donde el dinero recaudado no es administrado por los mismos ciudadanos se produce el fraude fiscal que no es más que un síntoma de degeneración del sistema político o muestra de su carencia de libertad.
Si alguien se niega a pagar impuestos es por dos razones: por avaricia o porque entiende que su dinero le es arrebatado ilegítimamente. Si se defrauda por avaricia y los avariciosos son muchos, se sigue que el cuerpo social está corrupto. Pero si los ciudadanos intentan defraudar por no considerar legítimos los impuestos, esto ocurre porque están apartados de la deliberación pública y no pueden decidir sobre el uso público de su dinero. La situación en España muestra claramente la contradicción: si los ciudadanos pudiésemos decidir a dónde se van nuestros impuestos no se rescataría a los bancos con el dinero de los trabajadores mientras se cierran hospitales. Ni en España, ni en ninguna plutocracia, existe capacidad de decidir a dónde van nuestros impuestos, por tanto la ciudadanía entiende que el fraude fiscal es moralmente legítimo ya que ese dinero se le arrebata junto con su capacidad de decisión. Con esto estoy haciendo un diagnóstico, no manifestando una opinión. Personalmente creo en la necesidad de cumplir con nuestras obligaciones fiscales aunque sin olvidar que cumplir con este deber implica uno mayor: luchar para poder decidir sobre el uso que se le da a nuestros tributos.
Maquiavelo no se contenta con explicar la bondad del pueblo romano y alemán, va más lejos y expone las causas de la corrupción política: los hidalgos, gentiles hombres, etc. Define a estos sujetos como personas que viven de rentas sin ningún trabajo efectivo; y constata que las repúblicas libres no permiten que existan tal clase de hombres que viven del trabajo ajeno y que, por tanto, son enemigos declarados de la vida civil.
“… aquellas repúblicas donde se ha mantenido el vivir político y sin corrupción no soportan que ninguno de sus ciudadanos se comporte ni viva al modo de los hidalgos, y así mantienen entre ellos una equitativa igualdad, y son sumamente enemigos de los señores y gentiles hombres”
Nicolás Maquiavelo; Discursos sobre la primera década de Tito Livio; libro primero, capítulo LV; traducción de Ana Martínez Arrancón para la Editorial Alianza.
La razón por la que los hidalgos son un síntoma de corrupción política es que estos sujetos solo pueden acumular riquezas a expensas de otros ciudadanos, si estos fueran libres y se preocupasen del engrandecimiento del estado no lo consentirían; por tanto, es fácil concluir que allí donde los haya en abundancia no existe verdadera vida civil.
Ahora cabe preguntarse por qué un pensador tan realista como Maquiavelo asocia la bondad del pueblo al engrandecimiento del estado. Esta idea parece más propia de un utopista que del padre del realismo político. No debemos caer en la tentación de pensar que para el florentino las virtudes privadas son las que sustentan el estado, Maquiavelo asocia el concepto “bondad” en concreto al pago de impuestos. Esto es así porque entiende que en una ciudad libre, el pueblo será el primer interesado en mantener esa libertad y en engrandecer la patria. Si los ciudadanos saben que sus impuestos, o cualquier otro esfuerzo que se les solicite, serán usados según el bien público, no dudarán en contribuir a él. Esta “bondad tributaria” tiene como condición indispensable la libertad, como se entiende fácilmente, y es la que posibilita el progreso del cuerpo social. Este progreso observable por los propios ciudadanos, espolea su afán de contribuir al bien público. En definitiva, la bondad, que nunca debe ser entendida como virtud cristiana en Maquiavelo, es el motor de una ciudad libre; si la ciudad carece de libertad los miembros del cuerpo político luchan entre sí y escamotean sus contribuciones ya que no redundan en el bien común sino en el bien de una casta de parásitos. Por todo esto, se concluye que la libertad política y la bondad pública que de ella nace, son los pilares en los que se asienta el progreso de cualquier estado.
Es lamentable constatar como casi quinientos años después de Maquiavelo, nuestra libertad civil está secuestrada por una casta parasitaria de hidalgos. Banqueros multimillonarios, políticos corruptos, nobles improductivos e hijos de papá con paga vitalicia pululan ante nuestros ojos con total impunidad. Estos sujetos nunca defenderán más que su derecho al expolio y a la vagancia. El problema no es que no quieran trabajar sino que además quieren vivir a cuerpo de rey ¿y como es esto posible si no es robando al pueblo su trabajo? A poco que nos informemos observamos como esos hidalgos, que se jubilan tras siete años de “arduo” trabajo en el Congreso, entregan el dinero recaudado de nuestros impuestos a hidalgos especuladores. Ahora llaman al robo “rescatar a la banca”. Ni unos ni otros son elementos productivos de la sociedad, son meros parásitos que nos han hurtado la capacidad de decidir sobre los asuntos públicos ¿es extraño que estos políticos y banqueros se alíen entre sí? ¿No son, en definitiva, los modernos gentiles hombres enemigos de la libertad civil de los que hablaba el filósofo italiano?
La cantidad de esos especuladores y vagos y su desfachatez es ya insultante, no obstante, son solo el reflejo de nuestra propia alienación, falta de libertad y, en último término, testimonios clamorosos de nuestro olvido de la virtud cívica.
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Muy bueno. El problema está efectivamente en la sustancia ética de los actores políticos. Esta sustancia nunca alcanza a la defensa del interés público, que sería lo que fundamentaría y justificaría la acción del político, sino tan sólo a la defensa de intereses privados, los de sus allegados y padrinos. De este modo, bajo la fachada de una política democrática lo que en realidad tenemos es una forma de feudalismo (con la desventaja de que muchos actores importantes permanecen en la oscuridad, por ejemplo, los grandes poderes mafiosos). Las otras variantes de sustancia ética alternativas a este personalismo son incluso peores: fundamentalismos religiosos, nacionalismos extremistas, etc. No es fácil hallar políticos en quienes se combine la virtud del compromiso público con la racionalidad de un sano escepticismo. Un saludo. http://lanavajadeempedocles.blogspot.com/