II.1 – Sobre el intelectualismo educativo y su razón de ser
0 Por un lado, desde la pedagogía avanzada, la psicología y el sentido común de muchos educadores, se entiende como evidente que las habilidades humanas son plurales y que están azarosamente distribuidas entre las personas. El fin de la educación, sería desde esta perspectiva, potenciar estas capacidades particulares, a la vez que enseñar al estudiante ciertos conocimientos, habilidades o pautas que socialmente se consideren imprescindibles. Pero por otro lado, desde las instituciones pedagógicas actuales se insiste en un sistema educativo que orilla las capacidades particulares de los alumnos en nombre de un grueso enorme de conocimientos considerados necesarios. Estos conocimientos supuestamente necesarios abarcan todo el curriculum y, por tanto, hacen inviable el pleno desarrollo de las potencialidades de cada individuo pero, al menos, permite transformarlo en un elemento productivo estandarizado de la sociedad. Se sacrifica la riqueza individual en nombre de la homogeneidad colectiva sin que nos percatemos que la cohesión social, bien podría sustentarse en la diversidad sin necesidad de implementar ciertos dogmas intelectualistas al conjunto de la población escolar.
Hace unos dos mil quinientos años, Platón propuso un estado ideal gobernado por filósofos. Estos gobernantes sabios debían ser estrictamente educados, en un primer momento en música y gimnasia, y , poco a poco, desde niños, aprenderían otras materias, sobre todo matemáticas. Aquellos que descollasen en esta disciplina irían paulatinamente evolucionando y profundizando en el aprendizaje abstracto. Solo los más duchos en este conocimiento serían aptos para gobernar la ciudad ideal.
Da rubor criticar a un gigante del pensamiento como Platón, no obstante, me haré eco de las críticas comunes que a este intelectualismo pedagógico se han hecho desde Aristóteles. La crítica básica es que el sistema platónico sobrevalora ciertas capacidades, indudablemente importantes, en detrimento de otras que son, cuanto menos, igualmente esenciales para el mantenimiento de la sociedad. Es evidente para algunos que si Platón hubiese sido citarista o carpintero, su sistema educativo hubiera potenciado otras habilidades.
Teniendo en cuenta lo anterior cabe preguntarse quiénes son los que diseñan nuestro actual sistema educativo y cuáles son las habilidades que, consciente o inconscientemente, potencian y valoran en detrimento de otras igualmente útiles pero que ellos por formación desconocen. La respuesta es clara y encuentra su confirmación en los hechos. Aquellos que diseñaron nuestro sistema de enseñanza son personas con formación universitaria y que, por lo tanto, defenderán un modo educativo en donde la abstracción intelectual, sobre todo la lingüística y la matemática, tenga un papel central. En definitiva el actual sistema de enseñanza comete el mismo error que el de Platón: potencia las habilidades típicas de una supuesta élite intelectual ignorando que para la construcción, el progreso y la cohesión social son necesarias muchas más capacidades que las propias de esa “élite”. No niego la importancia de la abstracción, pero creer en su importancia no debe nunca llevarnos a despreciar otras habilidades igualmente esenciales. Hace algún tiempo leí un artículo de Isaac Asimov en el que se planteaba si el concepto de inteligencia sería diferente si los test de inteligencia los diseñaran trabajadores manuales en vez de universitarios; creo que el concepto de inteligencia si tal cosa ocurriese sería tan parcial y tan insuficiente como el actual.
Este error fundamental de nuestra educación parte de la idea, no carente de cierta soberbia, de que lo que uno mismo sabe es lo que todo el mundo debe saber. Esto es un error común, incluso algún lector habrá caído en él en ocasiones. Solemos pensar que lo que nosotros sabemos es lo más importante, lo básico o lo que todo el mundo debería saber. De esta ilusión no escapa ninguna profesión: el que repara electrodomésticos y el profesor de historia tienden a pensar que sus conocimientos deberían ser común a todos. Ambos tienen idéntica razón.
Ya en el siglo XIX autores críticos con el capitalismo industrial denunciaron la ideologización del sistema pedagógico imperante en su época. Ese sistema, que prácticamente sin cambios hemos heredado, era criticado porque pretendía adiestrar a los alumnos para que formaran parte del sistema de producción industrial. El modelo de producción en serie necesita muchas personas que puedan hacer lo mismo, el sistema de adiestramiento capitalista provee a la estructura productiva de esa clase de individuos. Esta homogeneización no solo se produce en el ámbito de las capacidades y los conocimientos sino también, como traté antes, en el ámbito moral: la sumisión es un valor fundamental para el sistema de producción industrial y, coherentemente, la educación democrática implementa esta sumisión como esencia de su praxis pedagógica.
Debemos cuestionarnos este sistema de homogeneización tanto desde una perspectiva moral como productiva; debemos preguntarnos si es legítimo humillar la diversidad y riqueza de las capacidades humanas en aras al enriquecimiento de una casta de poderosos pero también si la sociedad del siglo XXI seguirá teniendo como modelo productivo el industrial o se está produciendo, o se ha producido ya, un cambio en el sistema productivo, cambio al que desde luego nuestro sistema de educación no atiende.
Sobre esta última cuestión mi opinión es clara: desde mediados del siglo XX occidente ha transformado su sistema productivo subrayando la importancia del sector servicios. Paulatinamente, la producción en cadena tiene menor peso en nuestra economía; los trabajadores, especialmente los cualificados pero también los no cualificados, son una parte activa y creativa del sistema de producción en los países desarrollados. Sí es evidentemente útil a nuestra sociedad el mantenimiento de la alienación en los menores para perpetuar la fractura que sostiene a las democracias liberales, la fractura que existe entre los individuos y su capacidad de tomar decisiones públicas; pero seguir sosteniendo esta separación será fatal en un mundo globalizado y una economía basada en servicios.
A nivel moral, este sistema que desprecia buena parte del potencial humano de sus miembros genera situaciones de manifiesta injusticia. Niños que tienen dificultades para la abstracción pero que poseen capacidades igualmente útiles, son marginados y despreciados por el sistema. No somos conscientes de la insatisfacción y frustración a la que sometemos a estos niños porque quedan apartados del sistema cultural por la educación deficiente que reciben; solo los que muestran las habilidades que fomentan supuestamente el sostenimiento de nuestra economía tienen acceso a una formación superior y por lo tanto a la capacidad de hacer críticas radicales y sensatas al sistema pedagógico. El resto queda sumidos en el silencio de la ignorancia y, por tanto, son ignorados.
Sueño con que llegue el día en donde se vea nuestro sistema educativo como un sistema que humilla y relega la diversidad. Un sistema que sume a una enorme cantidad de individuos en la frustración y la baja autoestima, y solo, repito, porque las habilidades que poseen no son las teóricamente “superiores”. A veces me imagino viviendo en una sociedad en donde la habilidad manual fuera el “saber superior”, viviría en una especie de pesadilla en la que mis capacidades, que hoy me facultan para ser profesor de secundaria, no servirían a penas para nada y no habrían sido alimentadas por nadie. Creo que es una interesante reflexión la que cabe hacerse en este momento: ¿hasta que punto este sistema educativo parcial daña la vocación de miles de alumnos que todos los años son exiliados de nuestros institutos y escuelas? ¿qué consecuencias tiene este derroche de habilidades en nuestro sistema productivo? ¿podemos seguir permitiéndonos este derroche?
Muchos hombres teóricos con formación universitaria consideran la abstracción la cúspide de la actividad humana por el placer y utilidad que esta actividad genera a quien la realiza. En el siguiente apartado trataré sobre lo que es este “placer intelectual” y mostraré que no se diferencia mucho del placer que sienten aquellos hombres que realizan su labor gracias a otras habilidades distintas a la capacidad de abstracción; pues la búsqueda de la excelencia no es exclusiva del ámbito intelectual y es esa búsqueda la esencia de cualquier vocación.
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