Sobre el ocaso presente y el renacimiento futuro de la Humanidad
0Invocando el Apocalipsis:
El fin del mundo ha sido muchas veces anticipado, tantas veces que incluso en ocasiones las predicciones fueron acertadas. El libro de las Revelaciones está datado entre el primer y segundo siglo de nuestra era, preconizaba la destrucción del mundo conocido a través de la guerra, la enfermedad y los desastres naturales más espantosos imaginables. No fue el único libro con temática agorera escrito en su tiempo, existía por aquel entonces toda una literatura apocalíptica de inspiración tan poco motivadora. Curiosamente aunque tal literatura apocalíptica errase en la literalidad de sus predicciones, no se equivocaba en lo esencial: efectivamente, al poco, el antiguo mundo grecorromano junto con sus sistemas de creencias y valores periclitaría frente a nuevas creencias y formas de vida. Algunos podrán pensar que la inteligencia colectiva, encarnada en místicos o poetas, es capaz de presagiar con acierto el futuro, yo soy más escéptico y sencillamente creo que esas visiones no son preludios sino simples síntomas de una sociedad que agoniza. En un mundo que se desmorona ¿quién no bebe el vino de la ramera de Babilonia?
Cuando el medioevo estaba finalizando, movimientos milenaristas anunciaban con igual fervor el acabose de los tiempos. Cuando una civilización muere cree que todo el mundo morirá con ella. Lo que pereció en aquel entonces fue, sencillamente, el sistema feudal abriendo nuevos horizontes a la Humanidad. Desde la perspectiva del antiguo y el medieval, el mundo que venía era un mundo inimaginado, terrible, vuelto del revés, mejor hubiese sido para ellos que el mundo, efectivamente, hubiese finalizado. Rastreemos la historia del género humano y cuando encontremos un fuerte movimiento filoapocaliptico veremos un síntoma inequívoco de que el final de una forma civilizatoria se acerca.
Pero no miremos a tiempos tan remotos, miremos cerca de nosotros, hacia ayer o antes de ayer a lo sumo, ¿no llevamos más de medio siglo invocando apocalipsis? Durante la Guerra Fría fue la posibilidad de una guerra nuclear, ese escenario martilleó con su miedo a generaciones enteras nacidas entre los años cincuenta y principios de los ochenta. Un terrible invierno nuclear se cernía sobre nuestras cabecitas; y cuando se conjuró el peligro, fue el deterioro de la capa de ozono, terror que sorteamos con éxito solo para percatarnos que el desastre ambiental o la escasez de materias primas estaba a la vuelta de la esquina para volver a aguarnos el mañana. ¿Cuántas catástrofes mundiales puede sufrir un hombre en una sola vida? Su número no hace más que aumentar y si lo factible se quedase corto en esta retahila de calamidades, ahí está la imaginación del guionista o literato para proponernos mil y un futuros deprimentes plagados de zombis, mutantes, alienígenas exterminadores o asteroides inoportunos. El fin del mundo no solo aterra, también vende y entretiene, los estadistas planifican y hacen política con él.
Este hecho objetivo no pasa desapercibido a nadie y a pesar de su aparente frivolidad no deja de ser indicio del tiempo en que vivimos. Un tiempo que proyecta en el futuro el final. Vivimos en una sociedad terminal, este afán de percibir el mañana como un desastre es mero síntoma de que nuestra civilización ha entrado en una fase acusada de decadencia. Estamos en los tiempos del ocaso, sobran los signos para percatarnos de ello pero no lo digo en un tono sombrío ni profético; no seré yo el que proclame que el mineralismo va a llegar. Las fases terminales de las civilizaciones anteriores no ocurrieron entre grandes y cruentos estrépitos; las conquistas, los desastres, las masacres que finalizaron con los poderosos imperios de antaño no fueron hechos fortuitos e inesperados sino más bien el punto final de una agonía prolongada. Mantengámonos tranquilos, los bárbaros no llegarán hoy antes de la hora del té, quizás ni siquiera mañana. El ocaso de nuestra civilización apenas se ha iniciado, aún queda una larga travesía, y en ese camino iremos asentando inadvertidamente los cimientos de la Humanidad del mañana. Pero, ¿qué es realmente lo que está declinando? Y aún más, ¿podemos intuir quieres serán esos hombre y mujeres que en unos siglos tomarán de nuestras manos muertas el relevo de la Historia?
Cuando el mundo es Occidente, solo el ocaso está frente a nosotros:
Al analizar el declive de las civilizaciones tendemos a adoptar una perspectiva harto provinciana. El primero que se sustrajo con fuerza a este defecto en la mirada fue Oswald Spengler, quien en su obra “La decadencia de Occidente” vino a mostrar que la unidad histórica no es el pueblo, la ciudad, el estado y ni siquiera el imperio sino que es la cultura-civilización como fuerza de sentido en la Historia. Así la caída de los micénicos, del derrumbe de la hegemonía de Atenas o en final de la República Romana no eran finales sino crisis dentro de la evolución de una cultura mayor. Cuando vemos, por ejemplo, el auge y declive del imperio español o inglés en la modernidad debemos hacer el esfuerzo de percibirlos como crisis puntuales en una cultura que englobaba esos imperios: la cultura occidental. El paulatino fin de la hegemonía imperial estadounidense es, igualmente, un fenómeno puntual en el desarrollo de la ya citada cultura occidental. ¿Serán el derrumbe de los Estados Unidos de América el punto y final de la civilización Occidental? ¿Hay algo más allá de Occidente en el mundo globalizado?
Quizás el lector replicará que efectiva y evidentemente existe China y existen los países de Oriente Próximo y África que son economías emergentes prestas a sustituir la amable batuta del tío Sam… pero disiento profundamente de esta interpretación. A día de hoy el mundo es Occidente, y lo afirmo sin chovinismo de ningún tipo. El mundo, merced al colonialismo imperialista pero también al colonialismo intelectual, vive a la sombra de ideaciones occidentales y las diferencias puntuales que observamos en los diversos puntos del globo son solo anécdotas, fugas en de una misma melodía. ¿Cuáles son los fundamentos económicos de los sistemas mundiales hoy vigentes? El capitalismo de mercado y el capitalismo de estado; aún sumando a estos dos sistemas todas las formas intermedias y las actualizaciones de rigor, beben todos de ideologías occidentales, unos inspirados por Adam Smith y otros por Karl Marx. Idéntica situación observamos con la exitosa tecno-ciencia adoptada por todos los pueblos del planeta por muy acérrimo que sea su rechazo a los valores occidentales, ¿no nació este método de manipulación de lo real en Occidente? ¿no es su hija más mimada? Algunos aducirán que tanto el capitalismo, en su vertiente liberal o estatal, como la ciencia no son construcciones ideológicas de Occidente sino del genero humano en su conjunto ya que su valor objetivo hace que trasciendan sus orígenes geográficos accidentales. ¿Quién está siendo chovinista ahora? No, ni la ciencia ni el sistema mercantil tienen un valor ahistórico, sino que son construcciones ideológicas que nos permiten manipular y organizar la realidad de una manera dada, nadie duda de la utilidad de tales herramientas pero precisamente, que ningún actor global relevante cuestione su objetividad viene a mostrar hasta que punto el mundo está limitado por ideologías de raigambre occidental. Hoy el mundo piensa y vive bajo de égida de modos de pensar importados de Occidente, el mundo es Occidente y si todo es Occidente, el ocaso de nuestra civilización será el ocaso del actual orden mundial en su conjunto.
Regiones del mundo en donde la racionalización civilizatoria occidental se ha impuesto con mayor intensidad como, por ejemplo, Japón o los ricos países europeos, sufren una decadencia más avanzada que otras regiones menos favorecidas. Baja natalidad, conductas elusivas de la realidad, relativismo, apatía generalizada… son fenómenos sociales que se han observado antes en otras colectividades humanas que transitaban en la misma senda que ahora transitan los países “desarrollados” del planeta, no obstante este camino será y está empezando a ser caminado por el resto de comunidades humanas conforme se afiance la civilización global. En un periodo de setenta a noventa años a lo sumo, la comunidad global se sumergirá en su propio ocaso, proceso ineludible antes de renacer.
Prejuiciosamente la palabra decadencia usada hasta ahora denota negatividad, agonía que finaliza en una terrible catástrofe, pero la decadencia no solo es declive sino mucho más bien estancamiento. En un mundo finito amenazado por el crecimiento infinito, el estancamiento e incluso el decrecimiento bien podrían ser una bendición.
Sobre la belleza de la puesta del Sol:
Contemplar el ocaso me produce sentimientos ambiguos. La puesta de sol es siempre un evento melancólico, el final de algo, del día que ya no volverá jamás. Al mismo tiempo representa la posibilidad de un nuevo inicio, es necesario que el astro rey muera para que a la mañana siguiente pueda volver a emerger del horizonte. A su vez, el ocaso está adornado de una incuestionable belleza; en lo alto el Sol ilumina claramente, en verano incluso con crueldad, es una mancha difusa en la niebla; en el crepúsculo, la luz brillante se entremezcla con la oscuridad de la noche venidera y rojos, rosas y amarillos inconcebibles se manifiestan ante nuestras pupilas. En definitiva, el ocaso tampoco está tan mal.
Fue sobre el año 120 de nuestra era cuando el emperador Adriano construyó su famoso muro al norte de Britania para separar a su imperio de los díscolos pictos. El Imperio Romano había decidido fijar las fronteras y renunciar a nuevas guerras expansivas; este periodo de esplendor ejemplifica uno de los rasgos más prominentes del ocaso de una civilización: la voluntad no expansiva sino pacificadora. Las civilizaciones decadentes no conquistan, se defienden. Quizás sea una decadencia globalizada lo único que permita acabar con la guerra como modo de relación entre los pueblos. A día de hoy una guerra entre países civilizados es mutuamente perjudicial, es más económico obtener lo que se desea a través del comercio o la negociación que poniendo en riego con un conflicto bélico prolongado y de alta intensidad, infraestructuras tecnológicas de las que la mayoría de la población depende para sobrevivir. Por esto y por la capacidad destructiva de las armas nucleares, no son imaginables guerras entre naciones avanzadas. Cuando el progreso material del sistema capitalista se instale por todo el planeta, cualquier comunidad humana verá la guerra como la solución más perjudicial para solucionar un conflicto determinado. A día de hoy no existen guerras abiertas entre naciones sino solo conflictos regionales, o guerras civiles que son mucho menos devastadoras. Quizás marque un hito interesante en el progreso de la Humanidad el hecho de un país de la envergadura de la U.R.S.S. colapsó frente a su enemigo sin necesidad de una guerra abierta, ¿cuántas veces un imperio ha caído sin presentar una cruenta batalla contra sus enemigos? Este hecho es un preludio de un mundo relativamente pacificado que está por venir, por lo que considero que es más que probable que el ocaso de la civilización global sea una época particularmente pacífica de nuestra historia.
Urbanización y descenso demográfico son otros efectos colaterales cuando una civilización decae. Ambos fenómenos pueden constatarse a través de las estadísticas a día de hoy, cierto que la población mundial sigue creciendo y que se espera que se sitúe entre los 9.000 y los 11.000 millones de aquí a finales o mediados de siglo para después comenzar lentamente a decrecer. Pero, ¿debería esta situación preocuparnos? El incremento de la población mundial ha sido exponencial en los últimos siglos, no es posible mantener tal ritmo de crecimiento indefinidamente sin llegar a un punto de colapso; que merced a un proceso de declive civilizatorio se consiga disminuir la población mundial deberían ser motivo de esperanza más que de preocupación. Cuánto tiempo se prolongará este decrecimiento demográfico hasta que se estabilice la población mundial es a día de hoy un enigma, la solución a este problema corresponderá a las generaciones que nazcan en el próximo siglo o, a lo sumo, a las que nazcan a finales de este. Como fin de la sobreexplotación del medio ambiente, el decrecimiento demográfico aparejado al declinar de nuestra civilización global es antes una promesa y una liberación que un verdadero problema.
El ya citado Spengler (op. cit. parte ii, cap. 2, sección 3, subsección 19) muestra como los valores cosmopolitas, pregoneros de la paz universal nacen, precisamente, en civilizaciones decadentes. Cuando una cultura posee fuerza expresiva la posee en tanto sus integrantes están henchidos de una fuerte sentido identitario, este sentido se manifiesta como positividad ante una negatividad encarnada en el otro. Este otro ha sido hasta ahora un vecino al que conquistar, por tanto, los momentos expansivos de una cultura han fomentado no solo la guerra sino también un moral grupal frente a una moralidad universalista. Estos estertores expansivos fueron sufridos por la civilización global en la primera mitad del siglo pasado (Guerras Mundiales) pero con el afianzamiento de la decadencia se abre la posibilidad de una moral humanitaria, que abarque a toda la civilización. Siendo la civilización actual global, la ética de nuestra sociedad decadente es la primera en la historia que siendo universal no se ve amenazada violentamente por otros proyectos culturales expansivos.
Fin de la guerra, fin de la masificación e inicio de un proyecto ético global, serán los frutos de la vigente decadencia global. Pero sería injusto olvidar el reverso más gris de este mundo decadente que se inició en el siglo pasado y se extenderá durante el próximo sobre nuestro planeta. Solventados los problemas más o menos perentorios, la vida del hombre del ocaso será una vida muelle, hedonista, egolátrica y anodina; los problemas domésticos serán los grandes problemas a los que se enfrentará la Humanidad durante los próximos siglos. La abulia y la orgía serán los tempos del hombre decadente; el malestar espiritual nacido de la falta de voluntad histórica será tratado con drogas naturales y sintéticas con mayor frecuencia que en la actualidad. Muchos trabajos serán mecanizados y viviremos en una estabilidad perturbada por crisis puntuales que no nos sacarán de la apatía generalizada. La brutalidad violenta estallará de diversas maneras pero sin poner en riesgo al sistema que podrá controlar estos estallidos con sutileza quirúrgica. Será un largo ocaso, el “último hombre” habrá heredado la Tierra.
Pero ¿será este el final de la Humanidad? ¿Quién sabe? Si el descenso demográfico no es paliado y la debilidad mental llega a afectar a las élites directivas, quizás este sea el tranquilo fin de la Humanidad, o el reinicio tras un periodo más o menos largo de neoprimitivismo. Pero queda otra opción abierta a nuestra imaginación: que en los intersticios de ese mundo desganado emerja pujante una nueva cultura, heredera y portadora de los designios del genero humano.
Un futuro imaginado:
“Cuando en la historia un pequeño grupo de hombres penetra victorioso en amplios territorios, es generalmente la voz de la sangre, el afán de destinos grandiosos, el heroísmo de la raza quien los empuja”
Spengler op. cit. parte ii, cap. 2, sección 3, subsección 16
Hasta ahora he querido construir un relato de lo que considero posible para el género humano; me he basado en datos actualmente consultables y en el análisis comparativo de civilizaciones anteriores. En algunos puntos quizás haya pecado de optimismo y acepto que ciertas convulsiones en el proceso de decadencia civilizatorio que he descrito pueden ser más abruptas de lo que confío que sean. En cualquier caso, he intentado atenerme al suelo intelectual que piso sin dejarme llevar por lirismos de ningún tipo. Pero así como existe la ciencia ficción, reivindico que exista la filosofía ficción, que exista la posibilidad de pensar el futuro no desde la certeza sino desde la imaginación y esperanza. No hay ninguna seguridad que me haga pensar objetivamente que la civilización global no encadene una decadencia global irreversible para la Humanidad y que el desarrollo de la Historia esté llegando a su fin; pero tampoco hay nada que me impida pensar que lo imaginado puede llegar a ser real, así que en un esfuerzo proyectivo de esperanza para la Humanidad me propongo a esbozar la posibilidad de un nuevo Renacimiento de la Humanidad en los siglos venideros…
Finales del siglo XXII, las colonias espaciales en torno a la Tierra, la Luna y en la misma superficie de nuestro satélite han sobrepasado las cien mil personas. Espoleadas en un primer momento por la competencia entre los antiguos estados y después por la necesidad de extraer recursos fuera del planeta estas colonias han llegado a ser autosuficientes. Las condiciones físicas de los nativos espaciales les impiden vivir cómodamente en el planeta Tierra, serán eternamente unos desterrados; este desarraigo y la necesidad de más espacio propiciada por una natalidad pujante hace que estas colonias pretendan expandirse por el sistema solar. La antigua cultura de la Tierra renace en pequeñas escuelas, una nueva ciencia se forja en silencio entre las moradas subterráneas de colonos lunares, el ser humano se asoma a nuevos ámbitos de realidad y posibilidades tecnológicas a día de hoy inconcebibles. En los cielos se trasciende la percepción ordinaria de la conciencia, el espacio y el tiempo. Un fino tejido separa a los cosmonautas de la muerte, la vida es efímera, insegura e intrépida, y por ello merece la pena ser vivida. La Tierra es una cuna venerable pero cuna al fin y al cabo, la nueva Humanidad tiene al Universo por hogar y se propone explorarlo sin velocidad. Mientras en nuestro planeta los últimos terrícolas o bien languidecen plácidamente o bien se unen a la nueva cultura emergente. Un nuevo ciclo de nuestra historia habrá comenzado.