Sobre el riesgo de la dogmatización de la ciencia
0“Con la difusión del libre pensamiento, muchos niños de hoy en día estudian una explicación evolucionista en lugar de la historia de la creación bíblica. La verdad o falsedad de una y otra es algo que no podemos discutir en este momento, sino simplemente la actitud psicológica que engendran. Tal actitud es idéntica en ambos casos: puesto que la edad del estudiante excluye cualquier apreciación de los pros y contras, el niño secularizado se empapa de evolución con el mismo espíritu de dócil aceptación con que el niño creyente acepta la explicación de las Escrituras. Para él la evolución representa un conjunto de dogmas. Y éstos forman parte de la mitad extraordinaria del universo de la experiencia, puesto que son adquiridos de un modo distinto al de las conclusiones alcanzadas a través de la investigación personal y el razonamiento crítico. Además están teñidas emocionalmente por las asociaciones de la primera infancia. Cuando tales dogmas son objeto de controversia en una etapa posterior de su vida, se produce en consecuencia la misma conmoción que caracteriza a un ultraje a la ortodoxia o la infracción de un tabú”
(Robert H. Lowie; Religiones Primitivas; trad. de José Palao para Alianza Editorial 1976, capítulo 16 “Conclusión”)
Podríamos pensar que desde una perspectiva holística, como la de Lowie, el todo se confunde en la interacción de las partes. Una lectura superficial del texto que hoy comparto con el lector puede dar la impresión de que las diferencias entre religión y ciencia quedan desdibujadas pero no es así. El antropólogo estadounidense únicamente pretende mostrar en el último capítulo de su obra “Religiones Primitivas” que la actitud de asimilación de dogmas es psicológicamente idéntica o muy parecida con independencia de si los dogmas asumidos son de naturaleza religiosa, política o científica.
La niña a la que se le enseña que el mundo fue creado en seis días por dios aprende esas ideas de modo acrítico; aunque los dogmas religiosos estén preñados de contradicciones y muchos hechos naturales queden sin explicar, la menor adoctrinada los asume como ciertos haciéndolos formar parte integrante de su propia manera de interpretar la realidad. De igual modo, cuando a la infancia se le enuncia la teoría del Big Bang para explicar el origen del universo carece de capacidad intelectual para corroborar esta teoría. Tan extraño es en la mente infantil que un señor todopoderoso hiciera el mundo en seis días y que necesitara el séptimo para descansar como que del estallido de una bola de materia superdensa surgiera todo lo conocido.
Entonces, ¿cómo evitar la dogmatización de la ciencia? Muchos rasgos distinguen la religión y la ciencia pero el más relevante es el modelo de conocimiento que ambas proponen. El dogma religioso se impone desde la atemporalidad de las verdades inmutables; el cuento de la creación que se cree un cristiano hoy en día sigue siendo el mismo que el que era creído por los fieles hace siglos. Como la verdad religiosa ha sido revelada, no es objeto de controversia, si acaso de interpretación. Frente a este concepto ahistórico de la verdad, la ciencia propone que la verdad es un proceso progresivo históricamente abierto de tal modo que lo que hoy es aceptado como válido puede ser refutado o perfilado, por la misma ciencia, en un futuro cercano. La desconfianza hacia nuestras propias certezas es tanto un elemento fundamental para el avance del conocimiento científico como un potente antídoto contra la dogmatización.
Cuando los dogmáticos religiosos critican la teoría de la evolución aducen que tal teoría tiene muchos puntos oscuros y que algunas de sus tesis han sido reformuladas con el paso de los años; quieren denostar a la ciencia con argumentos que únicamente ponen en evidencia la estrechez de sus propios prejuicios. Todos nosotros somos fruto de un proceso biográfico; las verdades de nuestra infancia no son las mismas que las de la adolescencia ni estas las mismas que las de nuestra edad adulta. Si conociéramos a una persona adulta que siguiese pensando como cuando tenía cinco años convendríamos en que tal individuo ha sufrido una falla en su desarrollo personal; lo propio del conocimiento científico es precisamente incrementarse, perfeccionarse y autocriticarse. Por contra, la verdad religiosa sempiterna no puede salirse de los márgenes estrecho de lo dictado. Atacar la validez del método científico achacándole su historicidad es tan estúpido como atacar a un niño que ha dejado de gatear porque ya ha aprendido a andar.
En conclusión, a un nivel divulgativo, especialmente ante menores, es difícil no caer en cierto grado de dogmatización científica; en la tentación de presentar los datos de la ciencia como definitivamente verdaderos. Sin embargo, es posible orientar la divulgación científica presentando el conocimiento científico no tanto como un elenco de conclusiones sino como un proceso abierto de adquisición de conocimientos. Hacer preguntas incómodas a la naturaleza, experimentar para sacar unas conclusiones propias o sentir curiosidad por las cuestiones no resueltas son actitudes que una divulgación científica bien entendida debería potenciar, al mismo tiempo que son un valioso freno contra cualquier forma de dogmatismo.