Sobre la importancia de la libertad de pensamiento en la filosofía política de Spinoza
1Para empezar debemos dejar claro que Spinoza parte de una visión contractualista del orden social. Es decir, los hombres abandonan el estado de naturaleza (la ley de la selva) estableciendo un pacto para regular su comportamiento y pasiones a los del resto de los miembros del pacto. Aunque Spinoza asume que los firmantes del contrato por el que se funda la sociedad renuncian a buena parte de su libertad y a su independencia, a cambio de ello reciben todos los beneficios obvios que produce el vivir en sociedad. Hemos dicho que los hombres renuncian a buena parte de sus derechos naturales pero no a todos. No renunciamos a razonar ni podríamos renunciar aunque quisiéramos porque es esa capacidad la que posibilita el pacto mismo y el ser propio del hombre. Lo entenderemos fácilmente si pensamos en nuestros animales domésticos, ellos no pueden hacer muchas cosas al ser domesticados que sí harían en estado natural, pero a lo que nunca podría renunciar un perro al ser domesticado sería a sus instintos primarios (comer, dormir…), eso forma parte de la naturaleza íntima del animal, renunciar a ella sería tanto como anularse y si fuera posible, que no lo es, ¿qué ganaría al ser domesticado si dejara de ser lo que es? El hombre, a diferencia del perro, posee razón y ese rasgo es el que, como he dicho, nos define como seres y lo que posibilita el pacto social, por tanto es irrenunciable.
Se considera violento al gobierno que prescribe a sus súbditos lo que deben creer como verdadero o falso, porque el gobierno que pretende usurpar ese derecho lo hace en vano. Aunque el hombre quiera renunciar a su libertad de pensamiento no podría, porque el acto de renunciar al pensar autónomo es ya un acto de libre pensamiento.
Spinoza reconoce que el soberano (que puede ser un rey, un grupo de principales o una asamblea popular) tiene un derecho absoluto, así que si prohíbe a la gente pensar en libertad, lo hace con el mismo derecho que puede prohibir a los grabes caer en aceleración constante hacia la Tierra. Puede hacerlo, como poder soberano, pero pretende un imposible.
Es más. Si el soberano prohíbe algo, manifiestamente imposible, está socavando su poder y sembrando el odio entre sus súbditos, por tanto ataca a su propia pervivencia. En definitiva, para mantener leyes que son contrarias a la naturaleza de los hombres, el estado que prohíbe la libertad de pensamiento tendrá que hacer uso de la fuerza para mantenerse. Por esto se llama a este tipo de estado, violentos.
El fin auténtico del Estado es permitir el desarrollo de la naturaleza humana para fomentar la paz y la seguridad social. El soberano no está instituido para que unos hombres dominen sobre otros, sino para garantizar la seguridad de los individuos.
“… el Estado no tiene por fin transformar a los hombres de seres racionales en animales o autómatas, sino hacer de modo que los ciudadanos desarrollen en seguridad su cuerpo y espíritu, hagan libremente uso de su razón, no se profesen odio, furor y astucia, y no se miren injustamente con ojos celosos. El fin del Estado es, pues, verdaderamente la libertad”
Baruch de Spinoza; Tratado teológico-político; capítulo XX, de la traducción de Julián Vargas y Antonio Zozaya.
A pesar del tinte revolucionario de este último fragmento, Spinoza continúa su reflexión subrayando que la libertad de pensamiento no implica libertad de acción ya que el pacto con el soberano fue instituido gracias al uso de la razón de los súbditos. Los firmantes del pacto abandonaron el derecho a actuar a su arbitrio. Nadie, a pesar de lo que su razón particular le diga, puede desobedecer al soberano ya que como firmante del pacto está obligado a la obediencia.
Pero de todos modos, ¿qué gana el Estado obligando a sus súbditos a una obediencia irracional? Su propia destrucción. Las artes y las ciencias solo florecen en un clima de libertad, así que el Estado violento se verá privado del avance del conocimiento. Pero, además, se verá forzado a usar continuamente la violencia lo que, a la larga, acarreará su destrucción, porque la violencia incita al pueblo a ser sedicioso y a los sabios a convertirse en mártires. Ningún soberano puede perdurar así mucho tiempo.
Terminaré el artículo con palabras del mismo Spinoza.
“Si se pretende obtener de los ciudadanos no una obediencia forzada, sino una fidelidad sincera; si se quiere que el soberano conserve la autoridad con mano firme y no sea jamás obligado a caer bajo los golpes de los sediciosos, se debe necesariamente permitir la libertad del pensamiento, y gobernar a los hombres de tal modo que, siendo abiertamente opuestos en pensamientos, vivan, sin embargo, en una concordia perfecta.”
Del capítulo XX de la trad. cit.
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