Tecnología y moral: internet como nuevo paradigma social
0Ha sido ya sobradamente comentado por múltiples autores, el hecho de que el ser humano está sometido a una vertiginosa evolución cultural, mientras que otros seres vivos solo están sujetos a la evolución biológica. La evolución biológica y cultural llevan al mismo fin: la adaptación del organismo al medio. Cuando el medio cambia rápidamente muchas especies perecen, ya que la selección natural, o cualquier otro mecanismo de evolución biológica, es demasiado lento para adaptar a las especies al nuevo medio. En un primer momento la cultura fue un mecanismo que nos permitía adaptarnos al entorno natural. Sin embargo, el choque con otros grupos humanos, que también poseían una cultura desarrollada, convirtió a la cultura no solo en un elemento de adaptación al entorno biológico sino que debido a la rapidez de su evolución, también se convirtió en un mecanismo transformador del entorno social y de nuestra propia imagen mental del mundo. Estas transformaciones que la cultura impone a nuestro entorno natural, social y personal nos obligan, de continuo, a nuevas readaptaciones. La cultura es la causa y la solución de este ritmo de transformación exacerbado.
Asumir voluntariamente conductas de obsolescencia cultural, es decir, rechazar los cambios que la cultura nos impone, ha sido una actitud frecuente en algunas comunidades humanas desde que tenemos conocimiento. El sino de esas culturas que han rechazado la readaptación ha sido la desaparición o el empobrecimiento. Es tanto como si un pez decide seguir viviendo en un lago que se ha secado: o la evolución biológica implementa mecanismos adaptativos para que el organismo pueda sobrevivir en la nueva situación, o el organismo estará abocado a perecer. Con esto no quiero justificar el exterminio de culturas minoritarias; sin embargo, se reconocerá que si estas culturas minoritarias han pervivido hasta hoy ha sido tanto por su voluntad de pervivencia como por su capacidad de readaptarse a la nueva realidad cultural del momento.
Podemos ver ejemplos de esta “selección cultural” desde los orígenes del hombre. El uso del hierro, v. gr., fue un elemento cultural decisivo que permitió que ciertas sociedades prosperasen frente a otras comunidades humanas que carecían de esa tecnología. Solo cuando las sociedades que no usaban el hierro aprendieron su manufactura, pudieron enfrentarse y sobrevivir frente a aquellos grupos humanos que originariamente eran los exclusivos conocedores de esta técnica. Es imaginable que el uso del fuego se fuera extendiendo de igual modo y es fácil observar, en nuestra historia reciente, como técnicas materiales concretas han permitido la evolución y el desarrollo de unos grupos humanos frente a otros.
Téngase en cuenta que además de técnicas materiales de producción, los grupos humanos también han evolucionado y medrado frente a otros grupos gracias a técnicas de organización social. Marvin Harris ha evidenciado que la organización social denominada “estado”, ha sido adaptativamente más eficiente que las tribus y que por tanto, una vez que nació el Estado, se impuso a las organizaciones sociales anteriores eliminándolas o fagocitándolas.
¿Por qué una estructura de organización social es más efectiva adaptativamente que otra? Es relativamente fácil responder a esta pregunta a posteriori, pero la evolución cultural, como la biológica, está dirigida en gran medida por avatares y azares difícilmente predecibles. Así como una mutación surge el azar y es después la selección natural la que potencia esa mutación, de igual manera, el descubrimiento de técnicas materiales o sociales son, por lo general, frutos de desarrollos no planificados y es la selección y el contacto con otros grupos humanos lo que determina su validez adaptativa.
El fin de este artículo no es analizar la evolución cultural desde los albores de la humanidad, por tanto he sido intencionadamente simplista. No obstante, debo subrayar que cuando hablo de “técnicas materiales” y “técnicas de organización social” no pretendo abarcar con estas denominaciones todas las técnicas culturales adaptativas.
En este trabajo considero las normas morales como técnicas culturales adaptativas. No niego, de ninguna manera, que la moral tenga un carácter absoluto más allá del entorno cultural concreto en el que surge, todo parece apuntar a que efectivamente ese carácter “meta adaptativo” de la moral existe y es el alma de todo sistema de normas. Sin embargo, en nombre de la simplicidad y en consonancia con los fines de este trabajo, no entraré a analizar ese carácter no relativo de los sistemas morales. En esta exposición la moral será considerada meramente como técnica cultural de adaptación al entorno biológico y humano.
Desde tal punto de vista, se entiende que ciertos códigos de conducta social fueron, son y serán exitosos frente a otros. Tampoco voy a detenerme a explicar como aquellos grupos humanos que poseían ciertos patrones de conducta moral tuvieron mayor éxito adaptativo que otros grupos. Es algo que a poco que reflexione el lector podrá entenderlo en toda su dimensión: las ventajas adaptativas de unos grupos humanos sobre otros, no solo se basan en una tecnología más desarrollada, sino también en ciertas pautas de comportamiento colectivo adquiridas socialmente.
Que la moral y la técnica son mecanismos de adaptación al entorno en estrecha relación entre sí, también es evidente. La producción en serie es inviable sin ciertos valores de sumisión a la autoridad; el mantenimiento de la hoguera o las estrategias de caza, dependen de valores como el trabajo colectivo o la solidaridad. No considero necesario dirimir si antes fue el huevo o la gallina, en otras palabras, si son las pautas de conducta social las que permiten y fomentan ciertas tecnologías o si, por contra, es la tecnología la que permite la adquisición o surgimientos de determinados valores. Algunos se inclinan por una opción y otros por la otra, casi todo el mundo admite, no obstante, que moral y tecnología mantienen una especie de retroalimentación. Personalmente me inclino por una visión menos dicotómica y más dialéctica del problema, pero como dije la resolución de este dilema no atañe a este escrito.
Un ejemplo de como las variaciones de las conductas sociales y de la tecnología están estrechamente unidas es la imprenta. Cuando Gutenberg desarrolló su ingenio, la prudencia y el temor cundió entre las clases dirigentes de los países europeos. Por un lado, se podía copiar libros a una velocidad considerablemente mayor que con los copistas tradicionales, por otro lado, era tan fácil imprimir libros que se hacía necesario establecer algún mecanismo de control sobre lo que se publicaba. Antes, los monasterios habían sido celosos guardianes de la ortodoxia, ahora, con la ruptura del monopolio de la facturación de libros, ¿quién detentaría esa función? Diferentes naciones dieron diferentes respuestas, lógicamente, estas diferentes respuestas dieron paso, con el correr de los siglos, a distintos tipos de sociedades. Por ejemplo, el control que ejerció la Inquisición sobre la publicación de nuevas ideas, retrasó al menos un siglo la llegada de la ciencia y la Ilustración a España. Los jerarcas de entonces no sabían como su rechazo o su incapacidad de adaptarse a la nueva tecnología iba a influir en el desarrollo de la sociedad española; abrazaron consciente o inconscientemente la obsolescencia cultural en nombre del dogma y se quedaron parados y expectantes cuando otros países de nuestro entorno dieron un paso hacia delante. Sería algo así como si una tribu, por prurito religioso, se negase a usar el fuego frente a un entorno humano en donde esa tecnología sí se utilizase. Es fácil imaginar cual sería el resultado de tal actitud.
¿Por qué todo esto en un opúsculo que trata sobre educación? Precisamente porque la situación actual de nuestra sociedad no dista mucho de ser la de la sociedad tardo medieval: sustituyamos la imprenta por internet y comprenderemos la encrucijada en la que nos hayamos.
La importancia de internet y del nuevo paradigma en el intercambio de información que impone es algo de sobra sabido, pero que nunca está de más recordar. Mucho me temo que la relevancia que esta nueva tecnología va a tener en el desarrollo de la humanidad futura no será comprendida hasta que pasen muchos años. Internet supone el principio del fin de los monopolios mediáticos con los que las clases dominantes han controlado a la opinión popular hasta ahora (antes eran los monasterios ahora la televisión), pero además supone un medio de comunicación e intercambio de ideas como nunca hemos tenido. Considero que nuestro sistema educativo no comprende este carácter subversivo de la red y en tanto que permanezcamos en esa ceguera estaremos condenando a las generaciones futuras a la ignorancia y a la obsolescencia cultural.
Mucho se equivocan aquellos que creen que atender al nuevo paradigma que supone internet es ir regalando ordenadores o llenando las aulas de pizarras digitales. Ese puede ser un paso, pero es el más insignificante de todos. Internet no solo supone un hito tecnológico sino también un hito en el modo de relacionarse unos hombres con otros, si el sistema educativo de una comunidad humana determinada no atiende a este cambio de paradigma por ignorancia o por salvaguardar los intereses de una élite económica, esa comunidad humana pone en peligro su propia riqueza como entidad cultural autónoma. Esta nueva tecnología impondrá a medio plazo una nueva sociedad, una nueva política y unos nuevos valores; aquella comunidad humana que lo comprenda y adapte su sistema educativo a este nuevo reto poseerá una ventaja adaptativa frente a otras comunidades que desprecien el potencial transformador de la red. Es hora de que nos preguntemos ¿qué nueva sociedad augura las nuevas técnicas y los nuevos flujos de información que están surgiendo en nuestro entorno? Y, sobretodo, que intentemos actuar en consecuencia.
Por esto, he ordenado esta crítica al actual sistema educativo por los elementos que perduran en este sistema y que entran en franca contradicción con los supuestos del nuevo paradigma global representado por Internet.
Este artículo es el capítulo segundo de la introducción de «Análisis del actual sistema educativo»