Tele y fascinación
0“el discurso articulado, que paulatinamente ha quedado excluido de los platós de televisión, sigue siendo, en efecto, una de las formas más seguras de resistir la manipulación y afirmar la libertad del pensamiento”
Pierre Bourdieu; Sobre la televisión; Prefacio, de la traducción de Thomas Kauf para Editorial Anagrama.
No se puede negar la importancia de la televisión, y de otros medios de difusión de la opinión, en la creación de una cosmovisión global. El perfeccionamiento del transporte ha trenzado la unidad del mundo con el flujo incesante y vertiginoso tanto de personas como de mercancías; vivimos en una aldea global y como en cualquier convivencia común no es suficiente compartir el espacio sino también las preocupaciones y afanes. Los medios de comunicación de masa cumplen esa función, necesaria a una sociedad global, de unir nuestras percepciones y deseos. Las informaciones sobre un maremoto, un accidente nuclear o un conflicto bélico llegan a todos los rincones de la Tierra ayudándonos a construir nuestra imagen mental del mundo. Los mass media en general y la televisión en particular son una consecuencia lógica de la mejora en las vías y medios de transporte que han convertido, en definitiva, al planeta en un lugar humanamente interconectado.
¿Por qué los niños tienden a concentrar su mirada en los troncos crepitantes de la chimenea? El tiempo pasa despacio, el pequeño mira embobado y escucha con fascinación el implacable abrazo del fuego sobre la materia. ¿Qué ocurre en su mente? Apenas siente el calor en sus mejillas que comienzan a enrojecer ni como sus ojos se irritan y secan por el humo; sigue mirando, una extraña paz le embarga. La fijación en el fuego concentra toda la atención del observador hasta que sus propios procesos mentales parecen desaparecer confundidos con lo observado.
Cambiemos nuestra mirada, centremos nuestra atención sobre un espectador ante su aparato de televisión; durante la mayor parte del tiempo parece adoptar esa pasiva receptividad del menor ante la chimenea. No escucha nada, no necesita nada, abre los ojos inmóvil y sin casi parpadear queda absorbido por un telediario, unos anuncios, un programa… ¿Qué ocurre en su mente? Como el niño ante el fuego, como el insecto ante la bombilla, el espectador televisivo observa una luz fijamente apartado, en ese momento, del flujo de lo real. Pero a diferencia de lo que el niño ve en el tronco ardiendo, las imágenes de la pequeña pantalla no salen de la imaginación, narran coherentemente un discurso creado por otros. Discursos de los que desconoce su intención, su sentido, su conexión con el resto del mundo, relatos que entran en su cabeza mientras él permanece impasible observando un rectángulo luminoso.
Si como dicen algunos teóricos de la mente todos nuestros recuerdos quedan grabados y permanecen en nuestro cerebro latentemente ¿ocurrirá lo mismo con lo que vemos por la pantalla? Si como afirman los psicólogos las vivencias infantiles condicionan nuestra mentalidad adulta y se tiene en cuenta las horas que todos hemos pasado ante la televisión ¿también la bruja Avería puede ser considerada una vivencia infantil, un influjo relevante en la percepción de la realidad de algunos adultos?
Las preguntas inquietantes sobre el influjo de la televisión sobre nuestras vidas pueden multiplicarse hasta casi el infinito, quizás se exagere esta influencia en ocasiones. La televisión es, al fin y al cabo, un elemento más de los muchos que han contribuido para construir nuestra biografía; al menos, de modo consciente el espectador distingue entre su vivencia real y concreta con otros seres humanos o la naturaleza y lo representado mediáticamente. En la vida de cualquier persona existen muchas experiencias que tanto en tiempo como en valor subjetivo ocupan un lugar más alto que la televisión; cabe pensar que también la influencia de tales vivencias reales superen en importancia a las que haya podido ejercer sobre nosotros la “caja tonta”.
En definitiva, la televisión ha permitido la creación de unos valores o preocupaciones comunes en determinadas comunidades y a nivel global. La historia política y de las sociedades desde mediados del siglo XX hasta la actualidad ha sido una historia si no escrita sin duda apuntalada por la televisión y sus dueños. La ideología dominante que ha promocionado y elaborado este medio de difusión es asumida como “ya dada” y por tanto incuestionable. Tal ideología televisada no es un elenco de dogmas o valores explícitos sino que condiciona sutilmente nuestra percepción de lo real y de la normalidad.